lunes, 19 de enero de 2009

Una de piratas

El empresario parece tener dos caras: ecologista y contaminador. Detrás del magnate, el mayor terrateniente del país, se esconde detrás del discurso “verde” para incursionar en las minas de oro y cobre. Deudas impagas, denuncia penal y saqueo de recursos naturales.


Por Carlos Romero

Cuando el lujoso yate de Luciano Benetton arribó a Puerto Madero el pasado 11 de enero, no sólo descendió de él un “ecologista” –como el magnate italiano gusta que lo llamen–, sino también el mayor terrateniente de la Argentina y también un flamante empresario minero. Sucede que a su tradicional actividad en el negocio textil –que lo transformó en un magnate de la moda–, ahora Benetton busca sumarle exploraciones de oro y cobre en San Juan. A simple vista, suena contradictorio que quien dice bregar por la defensa del medio ambiente se dedique a una de las industrias que más daño causan a la naturaleza. Desde otra óptica –una igual de verde, pero por el color de los dólares–, para un millonario lo más importante son los millones. Y en eso, la minería tiene pocos rivales.

De todos modos, no es la primera vez que Benetton tiene un discurso “reversible”, como esas prendas con más de una cara. Además de la guerra personal (y desigual) con los mapuches por una parte de sus tierras ancestrales, Benetton supo enfrentar acciones legales al negarse a pagar impuestos y ahora podría ser objeto de una denuncia penal donde se lo acusa de haber “vaciado” una de sus empresas para evitar saldar un juicio perdido.
Oro. “My Tribu”, como se llama el barco de Luciano –que viene navegando desde Génova e hizo escala en Marruecos, Cabo Verde, Río de Janeiro y Punta del Este– recibió la “estrella verde” por contar con un sistema para tratar las aguas servidas y reducir la emisión de carbono. Lo dicho: el yate de media cuadra de Benetton no contamina, pero no puede decirse lo mismo de sus nuevos y lucrativos proyectos bajo tierra sanjuanina.

En la Argentina, Luciano –de 73 años, cabeza y factotum junto a su hermano Carlo del Benetton Group– posee más de 900.000 hectáreas, a través de la Compañía de Tierras Sud Argentino S.A. Es el equivalente a 45 veces el tamaño de la Capital Federal. Sólo el norteamericano Douglas Tompkins compite con él en este indiscriminado juego inmobiliario en que se ha rematado una parte estratégica de la Argentina. En los campos de los Benetton pastan sus 260.000 ovejas. De ellas obtiene la preciada lana para sus prendas, los casi 1.300.000 kilogramos que cada año exporta a Italia, después de pagar retenciones de 5 o 10 por ciento, según se trate de lana lavada o sucia (en Trelew la empresa cuenta con el lavadero más grande de toda la Argentina). Benetton no tiene locales propios en el país y exporta el total de su producción, casi sin valor agregado.

En Europa, una vez confeccionadas las prendas pasan a las vidrieras de Viena, Londres, París, Venecia, Lisboa, Praga, Berlín y Hong Kong, entre otras capitales. Y así, la lana de las ovejitas patagónicas se transmuta en nuevos billetes para Luciano y Carlo.

Siempre inquieto, en los últimos años el magnate buscó diversificar. Les ordenó a los capataces de sus seis estancias –distribuidas en Chubut, Buenos Aires, Santa Cruz y Río Negro– que se abocaran a los cereales y a producir carne vacuna y ovina. Como en los tiempos de la Colonia, Benetton practica el negocio de ganar mucho a precio de ganga.

Compró campos cuando las tierras patagónicas valían poco incluso a nivel local. Ahora, sus estancias descansan sobre un suelo que cotiza con varios ceros en el mercado de la especulación inmobiliaria internacional. La propia empresa sostiene que, en los últimos 12 años, sus operaciones le rindieron unos 11 millones de dólares. En contraste con estas ganancias millonarias, los peones que cuidan ovejas viven otra realidad. Según la Unión Argentina de Trabajadores Rurales y Estibadores (Uatre), el sueldo promedio de un peón ovejero apenas roza los 1.500 pesos y los 65 pesos en caso de ser jornaleros.

En rojo. El yate “verde” en el que Benetton recorre el mundo está valuado en unos 32 millones de dólares. La cifra es digna de un magnate y Luciano la pagó con gusto. Nada es demasiado cuando se trata de cumplir un capricho. No sucede lo mismo, por cierto, a la hora de cumplir con el fisco. Para muestra, basta con repasar el historial comercial que el empresario italiano y su hermano Carlo supieron construir en la Argentina.

En noviembre de 1998, los Benetton tuvieron que afrontar dos juicios a causa de sus abultadas deudas tributarias en Chubut, provincia en la que hoy la Compañía de Tierras Sud Argentino acumula 306.100 hectáreas en campos donde pastan 86.500 ovinos y 7.000 vacunos. Las demandas fueron iniciadas por dos pequeñas comunas que, tras agotar todas las instancias de cobro, acudieron a la Justicia para reclamarle a los empresarios unos 150 mil pesos en tasas inmobiliarias impagas: más de 100 mil pesos en El Maiten, un diminuto pueblo cercano a El Bolsón en el que Benetton tiene una de sus mayores propiedades, y otros 47 mil en Epuyén, donde se encuentra la estancia Leleque. En el primer caso, la deuda se inició en enero de 1997, luego de que el Consejo Deliberante local dispusiera un aumento en la alícuota del tributo a la tierra. Los italianos lo consideraron excesivo y por eso decidieron dejar de pagar. Un año después, el cuadro de rebeldía fiscal se repitió en Epuyén. Las boletas en rojo se apilaron y como en estas dos localidades chubutenses los Benetton eran y son los principales contribuyentes, las finanzas municipales hacían agua. Los intendentes llegaron a rebajar las tasas, pero los empresarios seguían sin pagar. Sólo se sentaron a negociar en 1999 cuando la queja se transformó en juicio.

Justamente en Leleque, una de las estancias por la que Benetton fue denunciado, se encuentran las 385 hectáreas del predio Santa Rosa, que la comunidad mapuche le disputa. Allí resiste desde 2002 la familia de Atilio Curiñanco, en una lucha desigual contra el ejército de abogados de Benetton, que por todos los medios busca desalojarlos.

En ese suelo vivieron los padres de Curiñanco y los padres de sus padres. Lo que los mapuches llaman, con la mirada serena, sus ancestros, y que la ciencia, con exactitud, probó a través de estudios genealógicos. Benetton, en cambio, esgrime títulos que se remontan al siglo XIX, fruto de la repartija de tierras que hizo posible el genocidio al que Julio Argentino Roca bautizó como “Campaña del Desierto” (ver nota aparte). De ese mismo predio los Curiñanco fueron desalojados con una denuncia penal por usurpación. Viajaron a Roma para reclamarle a Benetton que les devuelva la tierra a la que pertenecían. Incluso el premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel trató, sin éxito, de interceder. Cansados, en febrero de 2007 los Curiñanco volvieron a ocupar las tierras y allí permanecen.

“Benetton esta intentando desalojar a la comunidad mapuche por medios judiciales y desde hace dos años viene fracasando”, señala Fernando Kosovsky, abogado de la familia Curiñanco. “Hubo un intento de desalojo efectivo que no se hizo, ya que la Justicia falló a favor de los mapuches al comprobarse que la vida del pueblo no altera el medio ambiente, que es lo que el millonario postulaba”, agrega Kosovsky, para quien “la lucha de los mapuches bien podría ser definida como la pelea entre David y Goliat”.

Embargado. No fue la última vez que Luciano Benetton mezcló sus negocios en el país con los escándalos judiciales. De hecho, el 12 de diciembre pasado, un juez federal ordenó la ejecución de bienes en la Argentina del Benetton Group hasta cubrir la suma de 12.529.675 pesos –incluidos los intereses–, en un juicio por daños y perjuicios iniciado a fines de los ‘90. “Llevar adelante la ejecución hasta hacerse el pago íntegro del capital reclamado, intereses y costas al acreedor”, fue lo dispuesto por Fernando D’Alessandro, a cargo del juzgado nacional de primara instancia en lo Comercial N°7. La historia, que podría sumar una denuncia penal contra los hermanos Benetton ya que aún no pagaron, nace varios años atrás, en 1984. En febrero de ese año, el empresario argentino R. J. Willmott conoció a Luciano, de visita por Punta del Este. Un año después y en Treviso, ambos negociaron la comercialización local de algunas marcas del grupo, a través de la firma Benettar SAIC. Se sucedieron viajes y entrevistas, y hasta se llegó a un preacuerdo, pero las marcas nunca pudieron ser cedidas por el simple hecho de que ya estaban registradas en la Argentina. Un obstáculo que, según sostuvo Willmott, Benetton había prometido solucionar. Benettar responsabilizó a los italianos por el contrato frustrado y las pérdidas ocasionadas, y les inició una demanda.

Desde el inicio de esta relación fallida tuvo un rol protagónico otro empresario bien conocido en los tribunales argentinos: Marcos Gastaldi, que con su hermano Federico hicieron posible el contacto de Willmott con Benetton, a quien los une una amistad de años. Marcos –quien en 2002 fue acusado de estafa por su participación en el desaparecido banco Extrader y llegó a estar preso– está casado con Marcela Tynaire. En la chacra que su suegra, la conductora televisiva Mirtha Legrand, posee en José Ignacio, la pareja Gastaldi-Tynaire recibe a Luciano en sus visitas a las costas esteñas.

El 15 de diciembre del 2000, el Benetton Group fue condenado a pagar 1.889.482 dólares, incluidos gastos y el beneficio económico frustrado. En 2006 la Cámara de Apelaciones refrendó el fallo y en mayo de 2008 el juez ordenó el embargo por más de 12 millones y medio de pesos sobre cerca de 100 marcas que Benetton posee en el país. Pero el fallo quedó en el aire. Según el abogado de Benettar SA, Enrique Spinedi, el 15 de mayo, un día antes de que la medida se hiciera efectiva, el grupo italiano transfirió casi todas las marcas en cuestión. “Sólo se pudieron embargar 6 o 7, quien ahora tienen que pasar a remate”, señala Spinedi, que acusa a los Benetton de montar una maniobra para no pagar. Por eso, en febrero, asegura, presentará una denuncia penal contra ellos por el delito de “insolvencia fraudulenta”. “Lo que indigna es la ostentación de su yate y que acá vuelvan insolvente a su empresa. Igual, los vamos a perseguir por todo el mundo hasta que paguen”, advierte Spinedi. Las esperanzas del abogado están bien fundadas. En términos globales, los Benetton están en condiciones de solventar este juicio y mucho más. Presente en 120 países, las 160 millones de prendas que el grupo produce por año le permitieron en 2007 facturar más de 2.000 millones de euros, con ganancias por 145 millones de esa misma moneda.

Negocios de todos los colores. Además de ciertas inversiones forestales, en la Argentina el otro “chiche” nuevo de los Benetton es la industria minera. Desde luego, cualquier empresario que busque expandir sus operaciones –y Benetton siempre lo está haciendo– no tarda en darse cuenta de las bondades que el subsuelo y la legislación locales ofrecen a este sector. Por otra parte, los duros conflictos que las compañías mineras suelen tener con los ambientalistas no son un problema para el magnate, acostumbrado como está al repudio de comunidades enteras.

En noviembre pasado, la empresa Minera Sud Argentina SA –donde los Benetton tendrían mayoría accionaria– comunicó que estaba realizando exploraciones en el noroeste de San Juan, buscando oro y cobre. La firma ya anunció inversiones por 500.000 dólares con el fin de rastrear estos minerales en el departamento cordillerano de Iglesia. Según publicaron medios sanjuaninos, el proyecto, que lleva el nombre de Brechas Vaca, se estima de “alto potencial” y el primer tramo estará a cargo de la firma Eco Minera SA.

Así las cosas, mientras las perforaciones avanzan en San Juan, Benetton, que llegó a Puerto Madero en su lujoso barco “ecológico”, se dedica a una de las industrias que mayor contaminación del medio ambiente genera. Contradicciones, le dicen.

Para algunos, esta no es la primera vez que el magnate mira por debajo de las ovejas que pastan en sus campos. En 2003, cuando se creó Minera Sud Argentina, Luciano estaba en pleno conflicto con la comunidad mapuche. Un año antes había logrado desalojar a los Curiñanco de las tierras en conflicto. En ese entonces, los abogados de la familia sostuvieron que detrás de la embestida del magnate italiano podría ocultarse la intención de explotar el mineral que se encontrara en esas tierras. El tiempo y las perforaciones dirán qué hay de cierto en estos dichos. Por lo pronto, no suenan disparatados. En cierta forma, desde que puso un pie en la Argentina, Luciano siempre buscó oro.


Informe: Tomás Eliaschev, Bruno Lazzaro y Deborah Maniowicz

No hay comentarios: