viernes, 27 de febrero de 2009

Tradiciones guiadas por el presente

En una semana a pura música y danza, se cruzaron el Carnaval, la solidaridad con Tartagal y el reclamo por el peligro de la instalación de empresas mineras a pocos kilómetros de Cafayate. La programación estuvo marcada por un saludable espíritu de renovación.

Por Karina Micheletto

Una banda de sikuris en Cafayate. Entre sus integrantes está el mismísimo intendente.

Desde Cafayate

¡Alegrate Cafayate!, anuncia, dictamina, el slogan que guía este festival, el más importante de la provincia de Salta. En su edición número 35, la Serenata a Cafayate funcionó como un atractivo más en este enclave turístico de ensueño, que hermana por un instante a mochileros gasoleros y extranjeros con euros, rendidos por igual ante lo imponente del paisaje. Desde que largó la fiesta el lunes pasado hubo música y danza, se cruzaron el Carnaval (como es lógico en estas tierras donde se lo respeta estrictamente), la solidaridad con Tartagal y un reclamo que preocupa: el peligro de la instalación de empresas mineras a pocos kilómetros de aquí. Hoy, en el cierre, el Chaqueño Palavecino logrará seguramente borrar toda posible huella de quietud que pueda tener esta ciudad, movilizando a miles al predio del festival, para cumplir con el ritual que ya tiene su firma: el de “la Amanecida”, es decir, su costumbre de tocar por horas, hasta que las campanas de la iglesia anuncian que ya es el nuevo día.

Como sucede con algunas cosas, el tiempo horada sus fundamentos y las vuelve otras, bajo el mismo nombre. Pero aquí todavía hay vestigios, un cierto espíritu difuso, quizá, pero aún palpable, de lo que fue este festival en sus comienzos. Allá por los ’70 un grupo de vecinos honorables tuvo la idea de que existiera una fiesta para esta ciudad. Una excusa para juntarse alrededor de la música, pero que también sería un regalo para los cafayatenses, con acceso libre y también gratuito para todos. Entre los impulsores y quienes se fueron sumando animosos hubo gente como Gustavo “Cuchi” Leguizamón, Manuel Castilla, los Dávalos, Fermín Perdiguero, Perecito. Contaban con el valioso aporte líquido (en dinero y en botellas) del bodeguero Arnaldo Etchart, a quien todavía se ve todas las noches recorriendo la Serenata. El mismo Etchart que queda tan mal parado en la película Mondo vino es el protagonista de anécdotas que se acumulan alrededor de sus mecenazgos a poetas y músicos y, sobre todo, de las reuniones en su finca entre los cerros. “El único empresario que conozco que en lugar de leer balances lee poesía”, según lo define Luis Leguizamón, un gran músico que heredó el oficio de su padre, el Cuchi.

El poeta Miguel Angel Pérez (Perecito, así se lo conoce en el folklore, autor junto a Gustavo Leguizamón del himno “Si llega a ser tucumana”, entre otros grandes temas del cancionero) recuerda aquella Cafayate tan distinta de la actual, un pequeño pueblo separado por días de travesía desde Salta, en un camino de montaña: “La Serenata a Cafayate empezó mucho antes de 1974, cuando se inauguró la fiesta. Empezó cuando Cafayate era un pueblo de veredas altas y calles empedradas. Un pueblo sin luz eléctrica por las noches, que se volvía mágico cuando había luna plena. Es que la arena que volaba desde las dunas estaba llena de mica”, evoca. “Por aquel entonces la luz se cortaba puntualmente a las 12 de la noche. La usina daba tres anuncios de sirena y se apagaba todo”, continúa Perecito. “Siempre había algún rezagado que seguía en la calle con su linternita, pero el resto era oscuridad. Y entonces empezaban a sonar las serenatas. Se iba a cantar a las casas, no sólo para pretender a alguna niña, también para saludar a una familia amiga, para un cumpleaños, para agradecer algo. De aquellas Serenatas que brotaban en Cafayate en lo cerrado de la noche, surgió el espíritu cuando imaginamos este festival. Una Serenata para regalar a todo Cafayate.”

La Serenata se sigue haciendo en la vieja bodega de los Coll que el poeta César Fermín Perdiguero bautizó “encantada”, por las historias de duendes y fantasmas que rodeaban al lugar. Todavía quedan vestigios de la bodega antigua y sus máquinas y hay un pequeño “museo del vino” emplazado en una de sus salas. El predio se agrandó para recibir a miles, se cercó y se llenó de guardias con espíritu policíaco en sus puertas. Los tiempos son otros, claro. Pero entre todas las fallas de organización que se advierten, hay quienes siguen preocupados por la música.

Aquí se agradece cierto espíritu de renovación que guió la programación de este año. Si la fiesta pecaba de ciertas restricciones regionalistas otros años, esta vez hubo espacio para expresiones de diverso origen y tipo. El citado Chaqueño Palavecino, León Gieco, que invitó a subir al Bagualero Vásquez, uno de los mayores conocedores de coplas y cajas de la zona; Raly Barrionuevo, Los Tekis, Sergio Galleguillo y Los Amigos, Claudia Pirán, Bruno Arias, el violinista Néstor Garnica. También grandes propuestas locales: la exquisita Melania Pérez o la coplera Mariana Carrizo, entre muchos otros de Salta y de Cafayate. Y artistas que no se ven mucho en el ámbito festivalero, como Alfredo Abalos, Raúl Barboza, Jaime Torres, Rafael Amor o el guitarrista Carlos Moscardini, o Elpidio Herrera plantando en suelo salteño sus Sachaguitarras Atamishqueñas. Un amplio abanico de expresiones, desde las más festivas hasta las que reclaman cierta cuota de atención en la escucha, todas seguidas por un público más o menos numeroso según los días, pero siempre respetuoso y agradecido con el aplauso.

Fuera del escenario, también aparecieron bellos momentos, entreverados con el Carnaval, que por estos días transforma la plaza principal de Cafayate en escenario de batallas infantiles de bombitas de agua y nieve loca. Como cuando una banda de sikuris hizo su ingreso a la ciudad a pura música y pidió entrar a la iglesia, como se acostumbra en esta región rica en sincretismos religiosos. El problema fue que justo el cura estaba dando misa, pero igual autorizó la sikureada y una bandera wipala terminó flameando en plena misa. Era la Banda Municipal de Tilcara y entre sus integrantes estaba el mismísimo intendente.

El devenir musical de la Serenata a Cafayate se transformó en esta edición por dos motivos: el primero, claro, la cercana tragedia de Tartagal. Aquí no hace falta aclarar qué hay que traer para colaborar con los vecinos afectados: “Nos ha tocado sufrir lo mismo tiempo atrás, sabemos lo que se necesita”, explican. El segundo tema que se coló en el festival es el de una amenaza que parece extenderse sin respetar siquiera los puntos turísticos, la de la instalación de empresas mineras. Desde el escenario, varios artistas se pronunciaron sobre este tema. Alfredo Abalos, el jueves pasado. Raly Barrionuevo, la primera noche. Bruno Arias, que cantó la “Zamba de los mineros”, de Jaime Dávalos, e invitó a subir a una representante aborigen de Jasimaná, un altiplano cercano donde ya se están haciendo cateos, como se llama a la actividad minera de búsqueda de posibles zonas explotables. Gieco se pronunció sobre el tema en conferencia de prensa.

El tema es tan grave que ha logrado unir en el reclamo a dos sectores diferentes: el grupo de Autoconvocados del Valle Calchaquí, formado hace unos dos años en defensa de la protección de los recursos naturales y de los derechos aborígenes, y la asociación de bodegueros, que ve en peligro sus propios recursos y ya ha comenzado a pronunciarse públicamente sobre el tema. Los bodegueros ni quieren mencionar la palabra contaminación, por temor al espanto de inversores, y bregan por métodos más diplomáticos que los de los Autoconvocados, que el año pasado impidieron el paso de camiones con material tóxico, a fuerza de enfrentarse con la Gendarmería. “Cuando se descorcha una botella de vino se generan diez puestos de trabajo más que cuando se abre una botella de cerveza”, lanzan el slogan. “Y diez veces más felicidad”, agregan los encantados por los vinos de la región. Lo cierto es la que las mineras avanzan y ya están haciendo cateos en las propias tierras de los bodegueros (como el subsuelo es del Estado, si un juez lo autoriza no se pueden negar). Quizás esta vez la música sirva, nuevamente, para espantar los malos espíritus.

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